lunes, 13 de abril de 2015

UNA CARTA DE AMANCIO WILLIAMS A SU HERMANO MARIO

Buenos Aires, Diciembre 9 de 1943
Sr. Mario Williams
CAPITAL

Mi querido Mario:

Juzgo oportuno y muy necesario mandarte, junto con nuestros trabajos para tu casa, algunas explicaciones sobre el proyecto y sobre nuestra posición. Teniéndolas por escrito podrás volver varias veces sobre lo que te interese, pensarlo todo muy bien y tomar una actitud razonada, y por mi parte yo tendré la ventaja de dejar todo bien aclarado.

Muchas veces la claridad exige un tono algo didáctico; no veas en este caso pedantería ni aires de profesor, trataré de explicarme con la mayor sencillez posible.

La arquitectura es una de las formas más completas en que una época puede manifestarse, porque es la resultante de dos grandes fuerzas: El espíritu de la época y los recursos con que ella cuenta. Una época que tenga un gran espíritu construye, aún con recursos pobres, si éstos se emplean bien, grandes obras. Ejemplo, las grandes arquitecturas antiguas que sólo contaron con piedra, ladrillo o madera, y cálculos elementales. Una época con espíritu equivocado, aunque tenga enormes recursos materiales y científicos produce bodrio. Ejemplo, el final del siglo XIX y el principio del XX, que contando con hierro y hormigón armado, no consiguió una arquitectura que las expresara (salvo honrosas e incomprendidas excepciones).


Esto se debió al espíritu de imitación, opuesto al de creación que reinaba en la arquitectura del mundo entero desde el Renacimiento y que sólo ahora empieza a sacudirse.

Si recorres la historia de la arquitectura , aunque sea a grandes líneas, se verá en todas las grandes épocas un extraordinario esfuerzo de creación. En todas se inventa, no se copia.  Ningún arquitecto griego construye en estilo egipcio o asirio; ningún bizantino en estilo romano, griego o persa; ningún francés del Siglo XIII en estilo bizantino o románico. ¿Por qué?, Porque en las grandes épocas y en los grandes artistas está ausente el espíritu de copia. La preocupación es crear. Si en Grecia, en Bizancio, en la Francia Medieval, hubieran renunciado a la creación, como renunció el mundo entero el siglo pasado (en arquitectura), y se hubieran dedicado a copiar, a estilizar, seguiríamos construyendo como los egipcios, que lo hacían admirablemente para su época pero no en una forma buena para hoy.

Actualmente tiene que crearse una gran arquitectura, pues por un lado se cuenta con recursos ilimitados : materiales y medios de construcción extraordinarias, universalidad de la ciencia, etc., y por otro se define ya el espíritu propio de la época,  que empieza a aflorar, inaccesible aún a la masa, pero que ya reconocen los que saben ver. Todo el mundo que piensa, filósofos de la historia y de la política, grandes críticos, etc. están de acuerdo en que una nueva época empieza. Una nueva época con su nuevo arte y su nueva mentalidad.  Y los que hoy rechazan sus primeras manifestaciones, aferrándose a los perjuicios de la decadencia de la época anterior, son tan ciegos y (consciente o inconscientemente) tan criminales como quienes silbaron a Wagner, mandaron a Siberia a Dostoievsky o condenaron a la miseria a Rembrandt. El filisteo, el que no comprende, es el peor obstáculo al movimiento que avanza, pero como no tiene suficiente fuerza, termina por ser arrollado. ¿Dónde están ahora los señores académicos que condenaron al impresionismo?. Sus nombres han muerto, sus obras nunca vivieron, y si alguien los recuerda alguna vez es con desprecio. ¿Y los pomposos críticos que calificaron de caótica a la Novena sinfonía?. ¿Y los incomprensivos burgueses que se burlaban de Debussy?.

El espíritu de la época terminará por triunfar. Y es mejor haber sido de los primeros, haber contribuido y no obstaculizado, haber comprendido y no haberse reído o indignado, haber acompañado y alentado a los precursores y no haber intentado aplastarles con el horrible peso de la masa burguesa.

Negar la creación es cerrar el camino al progreso. Querer retroceder, imitando tal o cual estilo, es contribuir a la degeneración y al caos, es cortar las posibilidades de llegar a un gran arte.

Por eso, ningún arquitecto que tenga un concepto elevado de su función, que sienta su época en forma honda, que sienta la necesidad de expresar su espíritu, que quiera aprovechar al máximo sus recursos, podrá honradamente edificar, a pedido de un cliente, en un estilo dado.

Podrá otro arquitecto hacerlo por viveza comercial, o por estar tan al margen de su época que no vislumbre sus problemas. Pero la ignorancia del último y el interés del otro están reñidos con el arte.

El Estilo, el verdadero Estilo con mayúscula para distinguirlos de los “estilos”, nace solo, es el resultado de la claridad y la belleza expresadas a través de determinados medios.  Es una casualidad distintiva, el sello que una obra de arte lleva de la personalidad que la creó, pertenezca esta personalidad a un individuo, un país o una época. Su misma definición dice lo absurdo y deshonesto que es imitar un estilo. El músico que escribe “estilo Bach” y el pintor que pinta “estilo Leonardo”, además de ser un falsario demuestra carecer de estilo propio. Cada uno debe crear como puede. No debe preocuparse de que sus obras tengan estilo, ni en buscar a éste. El estilo nace según el espíritu.

Los llamados “estilos”; vasco, bretón, Tudor, etc. son la expresión, en un país y épocas dados, de ciertos climas, modos de vivir, recursos locales, etc. Es decir que son la negación de la universalidad. Son esencialmente locales. Tienen encanto, no todos, cada uno en su sitio y en su tiempo, pero es tan absurdo imitarlos como querer imitar el clima, el paisaje o el modo de vivir que les dieron nacimiento. Es tan incongruente como querer viajar en góndola por la Pampa o en trineo por las sierras de Córdoba.

“Hacer estilos”, “hacer casas”, es lo más simple que hay. Un poco de sentido común para distribuir, un poco de cultura para conocer el “estilo” elegido, un poco de gusto para aplicarlo. Eso es todo.

¿Y el arte? ¿Y la arquitectura? ¿Qué tienen de común con eso? Frente a este oficio, imagínate ahora el del verdadero arquitecto, aquel arquitecto griego que no hacía “estilo egipcio” ni “Estilo Asirio”, sino arquitectura (en su tiempo moderno) y que, poco a poco, elaboraba con los recursos de su época, superiores a los anteriores y el admirable espíritu de su raza, aquella purísima belleza que debía culminar en el Partenón; o aquel arquitecto del siglo XII que no hacía “estilo bizantino”, ni “estilo románico”, sino que buscaba honradamente la mejor construcción en piedra para resolver su problema y la mayor belleza para honrar a Dios, y creaba esas maravillosas catedrales góticas.
Aquellos arquitectos hacían arquitectura y creaban un “estilo”.

¿Existen hoy arquitectos como ellos?. Desde el Renacimiento o hasta ahora, puede decirse que desaparecieron.

La creación fue reemplazada por la imitación.  Fuera de la explosión del Barroco, que por otra parte solo jugaba con elementos clásicos distorsionados, todo sigue una línea, la creación se reduce a molduras, estucos o detalles de disposición. Un ”Luis” se diferencia de otro “Luis” por cosas que no tienen nada que ver con la arquitectura. Ya no se trata  de progresar en la construcción, ni de crear belleza, la ley es el capricho, la moda, sé de toda una cartelera que se hace simétrica o asimétrica, de la pata de una silla que se usa recta o curva.

Hubo después otra explosión que gracias a Dios no prospero: el Art. Nouveau, que significaba por lo menos un intento de liberación, pero que no se apoyaba en nada serio: Puro capricho y muy malo por cierto.

Y ahora, la arquitectura nueva. El verdadero arquitecto considera terminada la época degenerada en que el arte consiste en imitar las obras anteriores. Empieza la época en que de nuevo hay que crear, y en la cual la construcción cuenta, para expresarse, con medios magníficos  (hasta 1850 existían como elementos fundamentales para la construcción la madera, el ladrillo y la piedra, a partir de entonces aparece el hierro, posteriormente el hormigón armado, alrededor de 2000 aleaciones, gran cantidad de metaloides y materiales plásticos).

El arquitecto de esta época,  paralelamente a aquel griego de que te hablé, se niega a repetir lo que ya no tiene o nunca tuvo razón de ser, busca honradamente lo mejor en la construcción y lo más puro en belleza, hace arquitectura y alguna día edificara su Partenón.

Es indispensable que comprendas lo diferente que es recorrer una revista norteamericana en busca de un "detalle bonito", del agotador y maravilloso proceso de la creación artística, en el que todo está en juego: La intuición, la inteligencia, la
imaginación y la técnica.

Desde el momento en que surge la concepción de la obra de arte hasta aquel en que se resuelve el ultimo problema, ¡Cuánto goce y cuánta preocupación!, !Qué gasto de energías mentales y físicas significa ese trabajo continuo!, !Qué diferencia con el sencillísimo problema de oficio que significa proyectar una planta que funcione bien y adaptarle unos frentes con estilo!. Por otro lado, el trabajo de síntesis y de depuración necesarios para llegar a una expresión simple es muchísimo más difícil que el de “adornar”.

Ahora que he hablado de "detalle bonito", quiero hacerte notar que el llamado "buen gusto" es una cualidad subalterna respecto de la belleza permanente, y que sólo puede aplicarse a obras de "arte menor". Es rebajar a una gran obra el decir que está hecha con "gusto". No lo puedes decir del Allegro de la Novena Sinfonía, ni del autorretrato de Durero, ni de la Gioconda de Notre-Dame. Deja el "buen gusto" para los vestidos, las alhajas, los pequeños elementos de la casa. En el arte, la arquitectura, la música, las artes plásticas, buscan los valores profundos y permanentes que van más allá del buen gusto.

Ahora te voy a hacer una relación de cómo se proyectó tu casa en Mar del Plata, para que comprendas su razón de ser y veas en qué forma se proyecta con libertad de espíritu.

Desde el exterior la sensación será el contraste entre la naturaleza exuberante e intranquila y la obra humana expresada en formas simples y puras. He tenido que seguir un largo razonamiento para explicarte esto. A nosotros se nos apareció de golpe después de un profundo estudio del problema.

Ahora comprenderás lo que es hacer verdadera arquitectura. ¿Es completamente distinto de lo que te imaginabas, no?. Se proyecta sin prejuicios, sin el deseo de usar tal o cual forma, material o color, y se sigue un proceso que yendo de lo general a lo particular, empieza en una concepción amplia como la que te he descrito y termina en el estudio de los detalles.

La necesidad de levantar la casa sobre el suelo (en este caso sobre columnas delgadas pues estamos convencidos que para este caso son el mejor elemento), nos comprueba una vez más la razón de nuestras propias ideas sobre la arquitectura espacial. Es decir que hay que hacer francamente arquitectura en el espacio, con toda libertad. La necesidad y  conveniencia del suelo libre, tan inteligentemente demostradas por Le Corbusier, refuerzan nuestra teoría de la arquitectura espacial, pues ésta tiene como consecuencia la posibilidad de no cubrir el suelo.

Te adjunto un plano de los terrenos donde está dibujado el espacio que ocuparían cuatro casas “normales” en el terreno de papá y uno en el tuyo. Si cubrimos el suelo con todo eso figúrate lo que queda. ¡Imagínate lo que sería si se te ocurriese hacer una o dos casas más!.

Con la obra para papá sucedió lo mismo, nos fuimos al espacio sin buscarlo, ha sido una solución natural. Pero para proyectar así se precisa una completa libertad de espíritu. Tú me decías: ¿Por qué no colocas la casa sobre un terraplén de tierra?. Con tal terraplén crearías otra sensación, que sería de orden natural pero creada por el hombre, es decir híbrida.  El hombre debe crear sensaciones de orden humano. Fabricar una loma falsa es querer crear naturaleza y eso está mal.

Además para el terraplén se necesitarían 2000 m3 de tierra y un trabajo enorme.

Lo peor no sería eso sino que al quedar la casa apoyada en el suelo desaparecerá todo el juego de sensaciones conseguido, y la razón de ser del proyecto, como ya te lo demostré.

Con estas explicaciones, y las perspectivas en colores, nos hemos tomado un trabajo completamente fuera de lo usual aún para concursos y cosas por el estilo, porque tenemos un interés enorme en ser comprendidos. Nuestra actitud, tan intransigente como nosotros mismos, se presta a ser tomada como intransigente con los demás. Por eso queremos explicarnos a fondo, y mostrar a qué profundas razones obedece. Se haga o no se haga la casa, queremos dejar demostrada una enorme buena voluntad, un estudio y un trabajo excepcional, y una dedicación debida no sólo al interés por nuestra obra sino al cariño por el propietario. Espero que después de esta larga carta te hayas dado cuenta de lo siguiente:

- De lo que significa la arquitectura de una época.
- De la jerarquía de la obra de arte.
- De la imposibilidad, para el arquitecto verdadero, de plegarse a “gustos” de clientes, cuando su función es buscar la expresión de su época.
- De que hay una diferencia enorme entre vivir en una casa llena de sensaciones e intenciones y en otra que no es más que un conglomerado de cuartos.
- Que si se plantea bien un problema su solución es fácil y económica.
- Del sentido de nuestro proyecto.
También deseo que hayas comprendido nuestra posición en la vida y su desinterés. Está llena de dificultades y renunciamientos, pero estamos resignados de antemano, porque no hemos elegido el camino fácil del éxito sino el difícil camino de la búsqueda y la honestidad, y sabemos perfectamente a lo que vamos y los sacrificios de toda índole que siempre tendremos que hacer. Uno de los peores es sin duda no tener independencia económica; con todo, ni eso nos apartará de nuestra línea de conducta. Si es muy desagradable a los ojos del mundo, indigno, estar dependiendo de todo y de todos, peor es traicionarse y venderse.

Hemos trabajado mucho en esta casa y hemos estudiado muchos partidos, y cada vez hemos llegado a la conclusión de que el proyecto que les mostré es el único que está bien para el lugar, las necesidades de ustedes y las posibilidades económicas. Esto te lo digo con toda convicción y por tu interés, y no por imponértelo.

Al contrario, si el proyecto sigue no gustándote, no seré yo quien se empeñe en encajártelo a disgusto tuyo.

Pero es necesario que comprendas que yo no puedo apartarme de las ideas y principios de que te hable. No te olvides que nosotros no tenemos un papel pasivo, de admiradores o simpatizantes de una idea sino el papel activo y de gran responsabilidad de productores , y que hay gente, especialmente entre los jóvenes, que tienen sus esperanzas puestas en nosotros; esta es una época en la cual hay que sacar el mundo de lo frívolo, de la moda y de muchas otras formas de materialismo. Luchar contra el dinero y sin él en un mundo en el que se basa es casi imposible, nosotros probablemente ni alcancemos los resultados, pero abriremos la puerta a las nuevas generaciones.

Esto nos exige grandes sacrificios, y no es de los menores el no poder hacer el gusto a gente que nos elige como realizadores de su sueño dorado. Especialmente al tratarse de un hermano. Yo te haría el gusto en cualquier cosa, Mario, pero esta no puedo, honestamente no puedo y se me parte el alma al decírtelo porque eres un hermano a quien quiero mucho. Quizás algún día llegues a sentirte orgulloso de nuestra actitud.

Ya sabes, si no les gusta la casa díganmelo sin vueltas. Están en la más absoluta libertad respecto a mí. Yo mismo, si quieres, te buscaré un arquitecto que tenga habilidad para proyectar lo que habitualmente se llama “gusto” y que sea decente, o menos indecente que la generalidad, y que se preste a hacer la casa que ustedes quieran. Yo le explicaré lo que ustedes quieren y lo que les gusta, lo sé perfectamente, y así les ahorraré trabajo a todos. No faltan “fabricantes de casas” ni especialistas en “estilos”. Como esa clase de proyectos se hace volando, no habrá atraso ninguno. Además me ofrezco a revisarte la casa y controlártela toda las veces que quieras.

Estoy seguro de que seguiremos tan amigos como antes, o más después de estas explicaciones tan sinceras.

Un gran abrazo,

Amancio



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