lunes, 26 de enero de 2015

Los materiales en época romana (I): La Piedra


El inicio del uso de la piedra comienza de forma accidental por la recolección de fragmentos de la superficie terrestre debido a los desprendimientos originados en taludes o accidentes del terreno. Con estos pedazos de dimensiones muy diversas, se elevaban muros de piedra seca y cuya estabilidad se garantizaba con la utilización de los bloques más voluminosos y regulares, formando paramentos que retienen un relleno de cascotes. Los cantos rodados, marinos o fluviales, constituían por sus dimensiones y su regularidad un material de primera calidad, pero su redondez impedía su trabazón en seco (ADAM, 1996, 23).


En general, se recurrió a la roca local, sobre todo para el grueso de la construcción, y sólo se importarán materiales para las zonas lujosas y decoradas y para los paramentos. Entre las piedras importadas más solicitadas encontramos:
1.- Mármoles: de Chemtu, de Quío, cipolino, del Filfila, de Lesbos, de Paros, de Pentélico, de Porta Santa, de Proconesa, de los Pirineos, “Rosso Antico”, de Tassos y el serpentino.
2.- Alabastro.
3.- Basalto: negro y verde.
4.- Granito: gris, negro y rosa.
5.- Pórfido: rojo y verde. (ADAM, 1996, 24).
La forma de extracción podía ser de diversas formas, lo normal era comenzar una excavación a cielo abierto, y una vez que estuviera totalmente descubierta la masa de roca por el cantero, se iniciaba la explotación.
Para obtener los distintos bloques, el cantero recurría a estratos y fisuras naturales (que eran muchos más fáciles de obtener) e introducía cuñas metálicas, bastando solo un empuje con palancas para extraerlo, de este forma se ahorraba considerablemente en tiempo y esfuerzo.
Una vez que se había despejado un frente de cantera, el cantero excavaba tanto a derecha como izquierda unas ranuras que tuvieran la misma profundidad que la altura del bloque deseado, y luego un canal que delimitara la faz posterior (ADAM, 1996, 26)[1]. Una vez ejecutado esto, se procedía a realizar una ranura más, bajo el bloque, donde se introducían las cuñas metálicas con un mazo y posteriormente ejerciendo una presión de palanca se acaba por despegar todo el bloque.


Esquema de los distintos tipos de explotación de canteras (ADAM, 2002,25)
Toda la explotación progresaba siempre de esta forma y con una altura de una hilada como mínimo.
Además de la explotación para bloques de piedra para la construcción de muros, los romanos también se dedicaron a la extracción de bloques en hiladas escalonadas o de volúmenes manejables cuyo fin era el de ser descompuestos para mampuestos o modelados en molduras o tambores. Así como también extrajeron columnas (ADAM, 1996, 26; CHOISE, 2005,96).
Cuando la explotación en gradas había alcanzado su nivel más bajo al pie del declive natural los canteros deseosos de seguir con la extracción bajaban verticalmente uno o varios frentes de arranque. El descenso vertical tenía sus límites en el fin de veta rocosa debido a un cambio de tipo de suelo, o bien en el encuentro frecuente de una capa freática, o simplemente en la dificultad de tener que subir los materiales desde el fondo de una cavidad demasiado profunda. En ese caso, resultaba conveniente penetrar en la masa rocosa por galerías, procedimiento menos productivo por la razón evidente de que la mayor parte de la roca debe permanecer en su sitio para garantizar la contención y la cubierta (ADAM, 1996, 28).
Extracción de fustes de columnas (ADAM, 2002, 27)

Las canteras fueron abiertas por todos lados, pero sobre todo (aquellos yacimientos de mayor calidad) se situaron en las proximidades de una vía de comunicación, ya sea terrestre, fluvial o marítima (ADAM, 1996, 28). Por otro lado, el uso de la piedra en una obra estaba también condicionado por la presencia en las cercanías de una cantera o no (CARRILLO, 1992, 315)

Una vez extraídos estos bloques, las piedras recibían en el momento de su talla una preparación destinada a orientarlas[2]. Lo general era el tratamiento en la cara del paramento, que podía ser finamente labrada o bien conservar un almohadillado más o menos pronunciado (ADAM, 1996, 53). La función de estos resaltos era además del decorativo, el de proteger las piedras de los choques (CHOISE, 2005,94), en realidad, la función original fue la de proteger de los golpes, y posteriormente esto derivó en motivos decorativos (CHOISE, 2005,98). La cara inferior y la superior (lecho y sobrelecho), debían ser completamente planas para poder transmitir así perfectamente los esfuerzos. Así como se colocaban según el lecho de cantera para poder soportar bien los esfuerzos a compresión (ADAM, 1996, 53). Y cuando el lugar de colocación estaba alejado de la cantera, estos sillares eran marcados uno por uno para posteriormente ser colocados perfectamente.
Sillar (ADAM, 2002, 53)

Para la ubicación de los sillares se empleaban rodillos de transporte manual cuando las dimensiones de estos eran modestas, pero aún así se realizaban palancas, por lo que se debían realizar unas pequeñas cavidades que aseguraban poder introducir la herramienta para realizar la operación. Estas cavidades se situaban siempre cerca de las juntas. Los calces igualmente eran realizados a través de planos de elevación, en sentido transversal y ayudados igualmente de orificios (ADAM, 1996, 55; CHOISE, 2005,104 y 105), quedando posteriormente ocultos.
Ajuste de los sillares (ADAM, 2002, 53)

Los romanos, para que la estructura fuera solidaria, usaban piezas de enganche de madera o de metal, cuya misión era la de prevenir aberturas de juntas provocadas por movimientos del conjunto. El perfil adoptado más antiguo era el de cola de milano, que permitía la fabricación de espigas en madera dura (ADAM, 1996, 57), aunque el más usado será el de p, se trataba de una pieza de hierro y dos cavidades realizadas en los dos sillares. Se colocaban los sillares, y una vez colocada la grapa, se llenaba de plomo el volumen restante, de modo que una vez consolidado, el conjunto quedaba totalmente fusionado (ADAM, 1996, 59; CHOISE, 2005,102). Otras veces se embutía el plomo en la piedra superior un taco, más grueso en sus extremos, que se introducía en una caja practicada en el sobrelecho inferior, donde luego se vertía plomo fundido a través de una canaleta practicada previamente en el sillar CHOISE, 2005,103).

Tipos de enganches (ADAM, 2002, 57)
El uso de morteros para unir sillares fue bastante limitado, y se limito a las construcciones hechas de bloques de sillares de peores calidades y que estaban destinado a recibir un enlucido en todo el paramento. Además, la presencia de esta fina capa no mejoraba la solidez del edificio, por lo que había que asegurarse a priori de una correcta distribución de los esfuerzos en todas las hiladas. Normalmente, y donde su uso si fue bastante bueno, es cuando aparecía en el interior de dos caras de sillares, y que aparecían amalgamados con mortero de cal, entrando en contacto por tanto con los sillares gracias a este mortero y garantizando la estabilidad del conjunto (ADAM, 1996, 59).


[1] Orientación que debía ser tenida en cuenta en las operaciones que se realizaban en el momento del transporte.

[2] Estas ranuras que facilitaban la extracción por capas paralelas a la estratificación, se realizaban con un pico que dejaba en la piedra unos surcos curvos donde se podía ver el trabajo del cantero, y que podían ser ensanchadas para facilitar el acceso cuando los bloques tuvieran unas dimensiones notables (ADAM, J. P.; 1996;26).


BIBLIOGRAFÍA
ADAM, J-P (2002): La construcción romana. Materiales y técnicas. León. Editorial de los Oficios.
AMICI, C.A. (2008): “Dal monumento all’edificio: il ruolo delle dinamiche di candiere”. Arqueología de la construcción I. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias occidentales. Mérida. CSIC, Junta de Extremadura, Università degli Studio di Siena. Pp. 13-32.
BENDALA GALÁN Y OTROS (1999): El ladrillo y sus derivados en la época romana. Madrid. Casa de Velázquez, UAM. 
CAIROLI FULVIO, G. (2004): L’edilizia nell’antichità. Roma. Carocci.
CARRILLO DIAZ-PINES, J.R. (1990): “Técnicas constructivas en la villa romana de El Ruedo (Almedinilla, Córdoba)”. Anales de Arqueología Cordobesa 1. Pp. 81-108.
CARRILLO DIAZ-PINES, J.R. (1992): “técnicas constructivas en las villa romanas de Andalucía”. Anales de Arqueología Cordobesa 3. Pp. 309-339.
CHOISE, A. (2005): El arte de construir en Roma. Madrid. Instituto Juan de Herrera y Ministerio de Fomento.
MARTA, R. (1990): Architettura romana. Tecniche costruttive e forme architettoniche del mondo romano. Roma. Kappa.
PAIS, A. (2008): “L’edilizia romana nella Toscana Tirrenica alla luce dell’Archeologia dell’Architettura”. Arqueología de la construcción I. Los procesos constructivos en el mundo romano: Italia y provincias occidentales. Mérida. CSIC, Junta de Extremadura, Università degli Studio di Siena. Pp. 67-88.
PERRAULT, C. (2007): Compendio de los diez libros de arquitectura de Vitruvio. Sevilla. Editorial Extramuros Edición.
ROBERTSON, D.S. (1994): Arquitectura Griega y Romana. Madrid. Cátedra.
VITRUVIO POLIÓN, M. L. (1995): Los diez libros de arquitectura. Madrid. Alianza.

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