Su nacimiento se remonta a los años
finales del siglo II, antes de este momento, la población que se había
convertido al cristianismo enterraba a sus difuntos en las áreas paganas, bien
en sepulcros individuales, bien en lugares pertenecientes a una familia o a una
asociación funeraria [1].
La necesidad de tener áreas para uso sólo de la
nueva comunidad sería posterior, que por motivos varios, como pueden ser
el querer disponer de espacios sólo para ellos (para poder celebrar los ritos
funerarios), el querer construir un colectivo religioso compacto y solidario (intentar garantizar para todos un
enterramiento cristiano). O bien el hecho de que el enterramiento se realizaba por inhumación, conllevó la necesidad cada vez mayor de terreno, con el consecuente aumento del precio de este (las áreas más cercanas
a la cuidad eran las más solicitadas, o aquellas que poseían una posición estratégica, por ello estas eran también las más caras), y si se pasaba a la forma de
enterramiento subterráneo, se podía obtener este de forma mucho más barata y
además con un espacio amplio e “ilimitado”.
Una vez usado con normalidad este tipo de enterramiento, se produjo la creación de diversas soluciones estructurales originales típicas de las comunidades cristianas y que los llevó a identificarlos: el hecho de que eran planificados en su totalidad, que preveía la posible ampliación del conjunto y poseía una utilización muy intensa del espacio. Eran galerías que seguían un esquema regular, normalmente rectangular, que se llenaban de sepulturas todas sus paredes (excepto en los puntos donde estaba planificado su crecimiento) y se separaban por tabiques de toba, con una extensión muchísimo más amplia de aquella de las familias paganas que recurrieron a este tipo de enterramiento. Las sepulturas tenían uniformidad tipológica, normalmente usaban la tumba en lóculo, más tarde aparecen otros tipos de tumbas (sarcófagos, en mensa), y raramente decorado. También era extraño el hecho de tener espacios más exclusivos, como los cubículos. Todo este tipo de enterramiento simple y uniforme va en la línea de la nueva religión muy igualitaria.
1º fase de las catacumbas. Área I catacumbas de San Calixto |
La epigrafía se adapta al carácter indiferenciado de las sepulturas: normalmente incisos en las lápidas o pintados en minio sobre ladrillos que cerraban los lóculos solo registran el nombre del difunto, a veces también el nombre del dedicante o del augurios de paz; se omiten todos aquellos elementos biográficos característicos de la iconografía no cristiana contemporánea (FIOCCHI, 1999,19). Aún así, se observan sepulcros más monumentales y áreas pertenecientes a familias más pudientes.
El nombre de muchos de los cementerios subterráneos pertenece a los Santos enterrados en ellas o bien el del fundador de la catacumba; una persona, propietaria de un terreno lo cede para la construcción de las necrópolis colectivas subterráneas y posteriormente tiene sepultura en ella o los componentes de su familia. Estas personas son los aristocráticos romanos que se han convertido al cristianismo en sus inicios.
La administración de ellos desde el inicio está coordinada por la autoridad eclesiástica. De todas formas, un creyente podía elegir dónde quería ser enterrado, si en las catacumbas de la comunidad o si en sepulcros individuales o de familia de los cementerios paganos.
En la primera mitad del siglo III, en
torno al año 250, se puede constatar un aumento considerable tanto en número
como en la dimensión de estos cementerios, unas veces aumenta la extensión,
otras veces se crean áreas nuevas junto a las ya existentes.
Es la época de la pequeña paz de la Iglesia, en la que el cristianismo penetra en los distintos estratos sociales, llegando incluso a las capas superiores de la sociedad del mundo romano, y debido a todo esto surge la necesidad de ampliar considerablemente los espacios para la sepultura, ya que los ya existentes se colman de enterramientos y no bastan para las nuevas necesidades.
En esta época, la denominación genérica de algunos cementerios con un nombre topónimo o bien del Santo enterrado en él, lleva a la conclusión de que estos son creados colectivamente, y no de forma privada como ocurría en sus orígenes. Pero no así ocurre con su forma de utilización, que tal y como era a finales del siglo II, sigue siendo la misma: intensiva, regular y planificada.
Crecimiento en forma de espina de pez. Catacumba de Panfilo |
Será
a partir de la segunda mitad del siglo III y en los primeros años del siglo IV,
que cambia el trazado planimétrico de las catacumbas, a partir de esta fecha,
la forma será a “espina de pez”, y como su propio nombre indica, tienen en
planta la forma de una espina de un pez. Se trata de una larga galería en torno
a la cual se abren de forma ortogonal y enfrentadas ramificaciones separadas
por poco espacio, ocupando así todo el espacio disponible. Este tipo de
organización se da para las sepulturas comunes.
Es en esta época donde se empiezan a identificar sepulturas monumentales (arcosolios, grandes nichos) y espacios más reservados, como son los cubículos, estos, comienzan a tener formas cada vez más articuladas. En un inicio, son espacios modestos con dimensiones reducidas, su techo era plano y estaban solo ocupados por lóculos, pero a partir de esta fecha, empiezan a ser de proporciones mayores, con incluso bóvedas de cañón e iluminación por lucernarios, además de tumbas en forma de arcosolios. Existe, por tanto, un gran desarrollo vertical y una presencia mucho más monumental, con la incorporación de bancos, asientos, columnas y otros elementos arquitectónicos tallados en la roca.
Con la paz de la Iglesia de Constantino, fueron creados más y amplios cementerios para las inhumaciones, casi siempre pobres y con la forma de espina de pez, capaces así de absorber millares de sepulturas. Este momento constituye también un momento decisivo para el cristianismo, ya que comenzará a gozar de una protección desde la misma persona del emperador; se realizarán toda una serie de medidas legislativas y donaciones por su parte, que implicará en consecuencia que la nueva religión pueda llevar a cabo su misión y gracias a este hecho, se aumente considerablemente el número de fieles. Implicando, por tanto, un cambio importante para el ámbito de las catacumbas.
En
el siglo IV, sobre todo en los años 30 y 40 y la segunda mitad del siglo, las
catacumbas continuaron desarrollándose, estas nuevas zonas, se distinguen de
las anteriores por ser aún mucho más monumentales y en la utilización de
cubículos familiares cada vez más espectaculares. La planificación ahora
corresponde más a la disposición de los espacios, se amplía la trama para poder
abrir más cubículos. Comienzan a decorarse dichos cubículos, al contrario de
las épocas precedentes, lo que lleva a pensar que estos corresponden a sectores más
altos de la sociedad, pero no desaparecen los cubículos más modestos, por lo
que se cree que conviven ambos espacios en un mismo cementerio pero en
distintas zonas de este.
Cubículo con columna. Catacumba de via Dino Compagni |
Revestimiento en mármol de un lóculo. Catacumba de los Santos Pedro y Marcelino. |
En
las zonas de uso intensivo y sin diferencias, los lóculos son reducidos, uno al
lado de otro ocupando toda la superficie que pueda estar disponible. Los
arcosolios también son más monumentales, los nichos se disponen con absides y
frontispicios enriquecidos con elementos arquitectónicos. A veces, los nichos
arqueados son usados como sepulturas, cerrando el vano con tabiques verticales.
Será a partir de época constantiniana, que en los cubículos comiencen a crearse espacios destinados al refrigerium (comida fúnebre), con elementos como bancos, asientos, pozos, mensas… realizados en bloques cilíndricos de mampostería con acabados en mármol o cerámica. Aquí sería donde se realizaban las ofrendas de alimentos a los difuntos, o bien donde se consumían los manjares en el rito. Algunos espacios, se usaban sólo para banquetes colectivos y eran decorados con revestimientos de mármol.
Estatuilla en hueso fijada en la argamasa de un lóculo. Catacumba de Pánfilo |
Las basílicas construidas en época constantiniana en el suburbio, en honor de los más importantes mártires de la ciudad, se convierten en polos de atracción de las necrópolis subterráneas (FIOCCHI,1999, 39).
Durante el siglo IV, continúa la costumbre de tener sepulcros hipogeos fuera de las zonas comunitarias. Estos sepulcros familiares se caracterizan normalmente por su limitada extensión, por la escasez de sepulturas, por la elegancia de la arquitectura y por la riqueza y originalidad de la decoración pictórica (FIOCCHI, 1999, 46).
En la primera mitad del siglo IV, las primeras tumbas de los mártires aquí enterrados, son muy discretas todavía. Será a partir del año 60, en la que las catacumbas empezarán a decaer. En este momento la Iglesia de Roma crea el calendario santoral y se decanta por el culto a los santos, llevando esto con sí un nuevo fenómeno: el de la peregrinación y las visitas devocionales.
A partir de este momento, las intervenciones en las catacumbas tienen que ver con la reestructuración de los sepulcros venerados y de los recintos que los contenían. Se realizan grandes epígrafes que son colocados en frontispicios arquitectónicos cerrados en las paredes de los sepulcros. Estos frontispicios a veces están delimitados por columna, sosteniendo arcos y arquitrabes y en su interior sostienen las lápidas con los epígrafes y transennas perforadas para poder ver y proteger las tumbas de los mártires. El resto de paredes se revisten de losas mármol, o de un simple enlucido blanco para resaltar estos espacios dentro de la catacumba. Poseían también lucernarios, que hacían que estos espacios resaltaran más aún al entrar la luz en ellos y reflejarse en el muro blanco, y/o en el pavimento, que a veces también era revestido de mármol.
Recorrido de visita obligado. Catacumba de los Santos Pedro y Marcelino. |
Para facilitar las visitas, por un
lado, los recintos fueron ampliados, y por otro, se crearon en algunos casos
recorridos de un solo sentido, para evitar aglomeraciones y que el paso fuera
mucho más fácil y rápido para todo aquel que quería realizar la visita y se
introdujeron escaleras que se agregaron a las ya existentes. Se disponían una
serie de lucernarios y se revestían las paredes de las galerías de blanco para
resaltar los recorridos y así indicar claramente el camino a los visitantes
para llegar a las tumbas creando así un juego de luces y sombras.
Con Dámaso, se incremento el fenómeno de los enterramientos a los santos en las catacumbas. Existía la creencia de que si uno era sepultado cerca de un mártir la persona enterrada allí gozaría de beneficios para la recompensa eterna, así, se creó una gran competición entre todos los fieles para ver cual de ellos obtenía un espacio privilegiado al lado de la tumbas de dicho mártir. De esta forma, el hecho de que algunos cementerios subterráneos siguieran creciendo en esta época puede ser debido a que la gente buscara ser enterrado en estos espacios privilegiados al lado de estos mártires.
Región Retro Sanctos a las espaldas de la Basílica de los Santos Nereo y Aquileo en la Catacumba de Domilla. |
Por otro lado, este culto martirial
llevó a la creación de pequeñas áreas
retro sanctos, situadas en las cercanías y a espaldas de los sepulcros
venerados (FIOCCHI, 1999, 55). Estas áreas, suelen ser utilizadas por
fieles de una condición social alta normalmente, debido a la monumentalidad que
tienen los recintos, pero tampoco podemos decir que no existieran tumbas para
fieles de una clase social más modesta.
Planta de la Basílica de la Catacumba de Domitilla |
Aun así, a pesar de que crecieron sobre todo en torno a los enterramientos de los santos, parece ser que no lo hicieron de forma tan espectacular como en los siglos anteriores pasados los años 60 o 70 del siglo IV. La explicación a esto se encuentra en el hecho de que los enterramientos comunitarios debieron encontrar su lugar después de estos años en las basílicas funerarias creadas en superficie a partir de mediados del este siglo IV.
Una vez cambiado el lugar de enterramiento, unido al hecho de que la plegaria se realizara en estas basílicas, y que también proporcionaba protección debido a que era un lugar sacro, se fue provocando un paulatino abandono del uso de las catacumbas como lugar para los enterramientos de inhumación.
BIBLIOGRAFÍA
DE SANTIS, LEONELLA. (2009): I segreti de Roma sotterranea. Roma. Newton.
FIOCCHI, V, BISCONTI, F, MAZZOLENI, D. (1999): Las catacumbas Cristianas de Roma: Origen, desarrollo, aparato decorativo y documentación epigráfica. Regensburg. Schnell & Steiner.
FIOCCHI NICOLAI, V. (2006): Origine delle catacombe romane. Atti Della giornata tematica del seminari di Archeologia Cristiana (Roma-21 marzo 2005). Roma. Città del Vaticano. Pontificio Istituto di archeologia cristiana.
NUZZO,D. (2000): Tipologia sepolcrale delle catacombe romane. I cimiteri ipogei delle vie Ostiense, Ardeatina e Appia. Oxford. BAR International Series 905
SÁNCHEZ RAMOS, ISABEL.(2006): “La Cristianización de la Topografía Funeraria en las Ciudades Occidentales: Corduba en la Antigüedad Tardía”. Anales de arqueología Cordobesa 17 / Vol II.
MONJE CISTERSIENSE REFORMADO DE LA ABADÍA DE LAS CATACUMBAS (1924): Las catacumbas de San Calixto. Roma. Escuela tipográfica salesiana.
WEBB, M. (2001): The Churches and Catacombs of early Cristian Rome. A Comprehensive Guide. Padstow. Sussex Academic Press.
[1] Puede ser que fuera un poco antes del uso de los cementerios cristianos (las catacumbas) que alguna tumba fuera situada en las canteras o entre las paredes del cráter de toba caliza de la vía Appia, la que posteriormente sería conocida como catacumbas de San Sebastián, Justo debajo de la hoy Basílica de San Sebastián.
+Marta Velazquez Rojas
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